La ciencia y la medicina trabajan desde hace muchos siglos en la búsqueda de un sistema adecuado para burlar la muerte del ser humano. Actualmente, en pleno siglo XXVI, existen muchos frentes abiertos en esta materia, y la mayoría, poco éticos. Hasta hace poco, creía firmemente que estos intentos de prolongar indefinidamente la vida de un ser humano eran absurdos y aberrantes. Pero ahora estoy aquí, esperando -por voluntad propia- a que se inicie el proceso de transmisión cerebral. Quiero seguir viviendo. La sala es fría, blanca y aséptica. Estoy tumbado en una camilla, inmovilizado de pies y manos. En mi cabeza han colocado una corona de transmisión de datos, con la que los doctores volcarán el contenido de mi cerebro en una cápsula cerebral C2505. Estoy nervioso, inquieto, tengo la garganta seca y mi pulso está acelerado. Lo he meditado mucho antes de dar este paso, y finalmente, después de pensarlo concienzudamente, he llegado a la conclusión que se me ofrece una oportunidad única de seguir vivo. La vida que me espera -si el experimento tiene éxito-, será probablemente muy extraña, y con seguridad, imprevisible. Falta poco para iniciar el proceso de transmisión, mis músculos están en tensión, respiro con dificultad, los minutos son ahora eternos. El equipo médico está en su puesto realizando los preparativos previos. Irmann, el jefe del proyecto, me mira a través de la pantalla de cristal y me brinda una sonrisa lacónica. -------------------------------> TRANSMISIÓN CEREBRAL INICIADA La sala oscurece lentamente. Siento un ligero hormigueo en mi cabeza, mis ojos se cierran pesadamente contra mi voluntad. Ahora percibo un leve mareo, es como si flotara en el cielo lleno de negras nubes, cada vez me resulta más difícil notar mi cuerpo. Muevo los dedos de las manos, siguen obedeciendo a mis impulsos, esto me tranquiliza un poco. Mi ritmo cardiaco disminuye y una sensación de vacío se apodera de mí. Ahora mis recuerdos pasan frente a mí, las imágenes de cuando era un niño se suceden una tras otra a gran velocidad, mis vivencias de infancia hacen acto de presencia sin saber por qué: mis padres me saludan, mis hermanos y yo jugamos en el parque, corriendo de un lado para otro. Y ahora mi adolescencia: el entierro de mi padre, mi madre cogiéndome de las manos mientras llora. Y finalmente, vuelan ante mí los recuerdos de Ingrid: sus intensos besos, sus oscuros e insondables ojos me miran…Ingrid…Ingrid… -------------------------------> TRANSMISIÓN CEREBRAL FINALIZADA No oigo ni veo nada, estoy inmerso en la más profunda oscuridad, es como si estuviera aislado del mundo externo. Tengo una sensación agradable pero no sabría definirla con exactitud. He sido preparado durante meses para ser objeto de esta operación de transmisión, y sé que ahora estoy integrado en una cápsula cerebral C2505. Este dispositivo está hospedando los datos y emociones de mi antiguo cerebro humano. Y además, lo maravilloso de este ingenio: emula la cognición del cerebro humano, con lo que puedo razonar, percibir y aprender. Sigo sumido en la total oscuridad, pero ahora recibo una información externa que me facilita Irmann, no la oigo ni la leo, simplemente la recibo por un canal interno de la cápsula: «La transmisión ha sido un éxito, ahora vamos a activar el sistema periférico». ¡Dios! ¡Ha sido como si la descarga de un rayo hubiera caído sobre mí en fracciones de segundo! Y ahora percibo de nuevo mi cuerpo, pero es diferente, no noto mi respiración ni el latido de mi corazón. No lo puedo sentir, lo sé, en realidad no es mi cuerpo, es un cuerpo artificial que me dará la posibilidad de percibir el mundo exterior por medio de sus sensores integrados. Es tan difícil describir estas sensaciones, pero me encuentro relativamente tranquilo y seguro. Oigo voces, Irmann me dice que abra los ojos, que ya ha sido completada la fase de ensamblaje de la periferia. Activo mi nuevo sistema de visión y veo frente a mí a Irmann, sonriendo de nuevo y preguntándome como me siento. «Bien, es muy extraño, pero, francamente bien», le respondo. Es maravilloso, puedo ver y hablar, mi voz no es la misma, ha cambiado, ahora es grave y monótona. Pero podré moldearla, podré aprender a entonarla adecuadamente y hacerla totalmente mía. ¡Dios mío! Me estoy viendo reflejado en un cristal, es increíble, soy una especie de androide con un rostro pétreo e inexpresivo. No debería sorprenderme así, tenía muy claro como sería mi aspecto si el experimento era un éxito. Irmann dice que puedo levantarme y caminar, que todo está funcionando como estaba previsto. Me pongo en pie, y me muevo con cierta dificultad por la sala, mis pasos son lentos e inseguros. Pero mi capacidad de aprendizaje es asombrosa, y en breves minutos me adapto perfectamente al nuevo sistema de movimiento. Irmann no se separa de mí, me aconseja, me comenta cómo está evolucionando el hospedaje cerebral en la cápsula: «Es un éxito», me dice casi llorando. Y ahora un deseo inesperado se apodera de mí, tengo la necesidad de ver mi antiguo cuerpo humano, quiero ver los restos de lo que fui antes de realizar la transmisión cerebral. Se lo digo a Irmann y vacila, e insisto. Finalmente logro convencer al jefe del proyecto y sigo sus pasos, entramos en la sala dónde estuve unas horas antes, y, allí en la camilla, con la corona de transmisión en la cabeza, veo mi cuerpo sin vida. Observo mi antiguo rostro: pálido, inmóvil y marchito. Una infinita tristeza me paraliza. No siento ahogo, ni ganas de llorar, tampoco percibo que mi corazón palpite por esta reacción de dolor y tristeza al contemplar mi propio cadáver. Es tan intenso el sufrimiento que siento ahora, tan penetrante, es prácticamente insoportable… |