Hace mucho, mucho tiempo...cuando en América aun no existían fronteras, en un hermoso valle al pie de un volcán, vivía Inken, una niñita de raza Mapuche. Quiso el destino que Inken fuese la menor de 9 hermanos y que sus 8 hermanos mayores fueran hombres. Inken veía con envidia como ellos salían a cazar, entrenaban para la guerra o realizaban largos viajes para intercambiar sus productos con las lejanas tribus de la costa o del otro lado de las altas montañas...incluso a veces llegó a pensar que había tenido la mala suerte de ser mujer. Inken crecía, sintiendo que el tiempo pasaba muy lentamente. Su madre le enseñaba las viejas artes de cocinar, hilar y tejer y su abuela le contaba historias sobre los espíritus que vivían en los bosques o el gran Dios que habitaba dentro del volcán. En una ocasión sus hermanos mayores regresaron de un largo viaje y trajeron hermosas conchas marinas las cuales regalaron a su madre. ¡Inken deseaba tanto tener algo hermoso para poder regalarle también! Esa noche no conseguía dormir. La luna llena brillaba en lo alto del cielo cuando miró por una ventana. En eso...algo atrajo su atención...Era una luz muy brillante que centelleaba en medio de un bosque cercano. Ella pensó...será alguna joya extraviada allí por alguno de los espíritus del bosque? Rápidamente se levantó decidida a salir sin hacer ruido. La noche estaba muy clara, así que podía ver claramente la silueta de los arbustos y troncos que habían en el suelo. Sus pies descalzos se mojaron con el rocío, mas ella no sentía frío alguno, solo una gran emoción al pensar en la alegría que le daría a su madre con tan hermoso regalo. Caminó por un rato, acercándose al bosque con la mirada fija en aquella hermosa luz. Al entrar en él, algunas ramas rasguñaron su rostro, pero nada le importaba, ningún dolor sentía. Cuando estuvo a un par de metros del blanco destello, apartó con ambas manos los arbustos y quedó paralizada... Lo que había allí era solo una laguna que se había formado con las lluvias recientes y que reflejaba la luna llena. Lentamente se acercó hasta que sus pies tocaron el agua. Diminutas lágrimas rodaron por sus mejillas y el dolor partía su corazón. De pronto, escuchó un extraño ruido, como si algo se acercara. Hojas secas crujían bajo el peso de algo que se movía en el bosque...¿sería algún animal salvaje?...o tal vez los espíritus... Presa del pánico Inken comenzó a correr por el bosque sin dirección alguna. Las ramas de los árboles azotaban su frágil cuerpecito y sus piernas sangraban sin que ella lo notara...¡Tan solo quería salir de ahí! En aquellos momentos la imagen de su madre vino a su mente, el ruido estaba cada vez más cerca...hojas secas se arremolinaron a su alrededor y al verse perdida, su miedo fue tal que se desmayó. En medio de un sueño, como si flotara entre nubes, volvió a ver la imagen de su madre, escuchó la melodía de una antigua canción de cuna que ella siempre le cantaba e incluso llegó a sentir sus caricias... A la distancia le pareció oír que su madre decía: -¡Espíritus del bosque, no se lleven a mi hijita que es el mayor tesoro que tengo! Poco a poco y con esfuerzo Inken abrió sus ojos, estaba tendida sobre un lecho de hojas y su madre acariciaba su rostro. Era increíble como esas manos, sin ser suaves, podían ser tan dulces! Los hermanos de Inken también estaba a su alrededor. Uno de ellos la había visto salir y dirigirse al bosque... Al día siguiente Inken no quería levantarse... se sentía muy avergonzada. Su madre se acercó a su lecho y se sentó a su lado en silencio. Había en su mirada tanto, tanto amor, que Inken comprendió que no necesitaba valiosos regalos para ser amada por su madre y que lo que la hacía tan especial a sus ojos era precisamente que ella era mujer! |