EL HOMBRE DEL BAR
Hace sol. La gente en la calle parece contenta...
Laura está tomando café en un bar del barri gótic de Barcelona.
Está sentada cerca de una ventana y mira hacia la calle para ver pasar a la gente.
Un hombre de unos cuarenta años con una chaqueta negra entra en el bar. Mira a su alrededor. Parece que busca a alguien. Al final se acerca a Laura.
—¡Bonito día! —le dice.
—Sí, muy bonito —contesta Laura.
—Me gusta cuando hace sol. ¿A ti también?
—Sí, mucho —contesta Laura un poco sorprendida.
Ella no conoce a ese hombre que le habla así. «¡Qué hombre tan raro!», piensa.
—Mira, te voy a explicar algo. El tiempo es muy importante. Y hoy hace sol. Los días de sol son buenos pero los días sin sol son un poco tristes. Cuando llueve, malo... Por favor —llama al camarero—, una cerveza...
—Enseguida —contesta éste.
—... los peores son los días de lluvia y viento... —continúa el hombre de la chaqueta negra—. Todo fue en un día de lluvia y viento...
—Veo que sabes muchas cosas del tiempo —dice Laura con humor—. Le divierte ese hombre. Le parece muy simpático.
—La verdad es que no me interesa tanto el tiempo —contesta éste—. ¿Conoces esta canción?: «Tengo que hablarte de unas perlas ensangrentadas...» —empieza a cantar bajito.
El camarero trae la cerveza. El hombre deja en la mesa su pequeña cartera de mano y empieza a beber. Laura mira a su alrededor. Una chica de pelo oscuro y ojos negros la está mirando. «¡Qué chica tan guapa!», piensa Laura. Ella, en cambio, no es guapa ni fea, ni alta ni baja, pero tiene unos ojos grises siempre alegres y el pelo claro, muy bonito.
El hombre de la chaqueta negra saca un paquete de cigarrillos del bolsillo.
—¿Fumas? —pregunta a Laura.
—No, gracias.
Enciende su cigarrillo y enseguida llama al camarero. Laura mira las manos del hombre. «¡Qué nervioso está!», piensa ella.
—¿Cuánto es? —pregunta—. Todo junto, pago yo.
—Bueno —contesta Laura—, gracias, pero...
El hombre paga. Después sonríe y se va. «¡Qué persona tan rara!», piensa Laura. Pero ya debe irse. Coge su bolso y pregunta al camarero.
—¿Dónde están los servicios, por favor?
—Al final del pasillo hay una escalera. Abajo, a la derecha, están los servicios.
Cuando se levanta, la chica ve una cartera de mano al lado del vaso de cerveza. «Ése se ha dejado la cartera», piensa. La coge y sale a la calle. Mira a un lado y a otro, pero no ve al hombre. Laura no sabe qué hacer con la cartera. De momento la mete en su bolso y entra de nuevo en el bar para ir a los servicios.
Cuando sale de los servicios ve a dos hombres allí parados. Parecen esperar a alguien. Uno es alto y delgado y lleva gafas oscuras. El otro es bajito y lleva bigote. Laura va a subir, pero en ese momento el hombre de las gafas oscuras la coge del brazo.
—¿Adónde vas tan deprisa? —pregunta con voz antipática.
—Donde quiero —contesta Laura de mal humor.
De repente, Laura se da cuenta de que el hombre tiene una navaja en la mano. El otro, el bajito, ha sacado una pistola del bolsillo. Al mismo tiempo mira hacia la escaleras.
—¡Silencio! ¡Si gritas, te mato! —dice el hombre delgado.
Mientras habla mueve la navaja delante de Laura. Ella está muy asustada. Quiere gritar pero no puede.
—Entra aquí, con nosotros —le dice el hombre bajito del bigote.
Éste abre la puerta de los servicios de hombres y entre los dos la llevan hacia allí. En ese momento todos oyen la voz de una chica detrás.
—¡Ah!, ¿estás aquí? Ven, te estamos esperando.
Los dos hombres dejan a Laura y miran a otro lado. Entonces Laura ve a la chica de ojos negros y pelo oscuro que la miraba en el bar. La chica coge a Laura por el brazo y la lleva hacia la escalera. Suben rápidamente y salen del bar sin mirar atrás. En la calle corren y corren hasta que por fin se paran. Se miran. Laura todavía no entiende nada. No sabe si reír o llorar.
La otra chica la mira divertida.
—Mujer, no pongas esa cara... —le dice.
Laura está pálida. Casi no puede hablar.
—¡Qué miedo! —dice por fin.
—Me llamo Ana. Y tú, ¿cómo te llamas? —pregunta la chica de los ojos negros.
—Laura.
—Vamos a tomar un café. Te vas a sentir mejor.
—Pero no en ese bar, ¿eh?
—¡Claro que no! Vamos al Café de la Ópera, si quieres.
Laura mira a su alrededor. Sólo ahora se da cuenta de donde están: en las Ramblas, cerca del Liceo.
II
Sentada en una mesa cerca de la puerta del Café de la Ópera, Laura se siente mejor.
—¡Qué miedo he pasado! —dice—, muchas gracias.
—De nada, mujer. Ha sido todo tan rápido...
—¿Por qué pasan estas cosas?
—La vida es muy extraña —contesta Ana—. Vamos a pedir algo. No vamos a pensar más en esto, ¿vale?
Mientras esperan al camarero, empiezan a charlar.
—Dime, Laura. Tú eres de Barcelona, ¿verdad?
—Sí. Y tú, Ana, ¿de dónde eres?
—Soy de León , pero he vivido en muchos sitios. ¿Y tú, qué haces?
—Trabajo en un gran hospital, cerca de Barcelona.
—¿Y tú qué haces en Barcelona, Ana? —dice Laura.
—Nada, estoy sin trabajo. Viajo.
—¿Te gusta Barcelona?
—Sí, me gustan la Ramblas y el puerto. Bueno, la verdad es que no conozco otros sitios.
Una gitana entra en el bar y se acerca a ellas.
—Dame algo, bonita.
Laura coge dinero del bolso para la gitana.
—Tenga —le dice. Pero la gitana no coge el dinero. La mira con interés.
—Déjame ver tus manos... No me gusta esto... tienes que tener mucho cuidado.
Laura escucha a la mujer, que de pronto se ha puesto muy seria.
Un camarero se acerca a al gitana.
—Por favor, aquí no se puede pedir —le dice.
Pero la mujer no lo escucha.
—Toma, hija. Esto es para ti —saca una pequeña cruz del bolsillo—. Esto te va a proteger.
—¿Protegerme? ¿De qué? —pregunta Laura.
El camarero coge a la mujer por el brazo.
—Ya voy, ya voy... —le dice la mujer—. Veo un peligro, hija —le dice todavía a Laura mientras el camarero la lleva hacia la puerta...
La gitana sale del bar. Habla sola. Ana la mira a ella y luego a Laura. Se ha puesto pálida.
—¡Qué mujer tan extraña! —dice Laura—. Además, después de esos hombres...
—¡Oh!, olvida eso, ya ha pasado todo —dice Ana.
—Sí, es verdad. ¿Nos vamos?
En la calle, las chicas se dicen adiós.
III
Laura sube por la Ramblas y busca un teléfono. Marca un número y oye una voz: «Soy el contestador automático de Enric. Si quieres, puedes dejar un mensaje».
—«Enric, soy yo, Laura. ¿Dónde estás? Tengo que hablar contigo. Un beso».
Laura no consigue sentirse tranquila. Sin saber por qué, mira hacia atrás. Le parece ver a alguien conocido. Es un hombre alto con gafas oscuras... ¡El hombre de la navaja! Se pone nerviosa y empieza a andar muy rápido. Cruza la calle y se para delante de una tienda. Mira otra vez hacia atrás pero ahora no ve a nadie. ¿Se ha equivocado? ¿No era aquel hombre? ¿Ha soñado?
Asustada todavía, Laura busca otro teléfono y vuelve a llamar a Enric. Todavía no ha vuelto a casa.
—«¡Ay, madre mía!» —Laura ve otra vez al hombre alto y de gafas oscuras. ¡Y a su lado está el bajito de la pistola! La siguen, ya está segura. Tiene miedo, mucho miedo. Quiere correr. No, es mejor coger un taxi... ¿o no? No hace más que preguntarse: «¿Por qué me siguen? ¿Qué pasa?»
De repente grita: una mano la ha cogido del brazo.
IV
Ana, la chica de los ojos negros, está allí y le sonríe.
—¡Eh, Laura! Soy yo, Ana. ¿Te he asustado?
—Sí, es verdad. Me has asustado. Pero ¡qué contenta estoy de verte!
—¿Qué te pasa?
—¡Ana! —Laura contesta bajito—. Me siguen.
—¿Qué?
—Que me siguen.
—¿Quién?
—Los dos hombres de antes.
—¡Los dos hombres del bar! Pero, ¿por qué?
—No lo sé, Ana, no lo sé. Pero tengo que saberlo.
Ahora que está con Ana, Laura se siente más segura.
—Oye, Laura, ¿seguro que no conoces a esos hombres?
—No, es la primera vez que los veo...
—Mmmm —dice Ana.
—¡Mira! —Laura coge a Ana del brazo—. ¡Allí están!
Ana mira hacia atrás y ve a los dos hombres.
—Es verdad —dice Ana, preocupada.
—Sí...
—Explícame, Laura. ¿Qué pasa?
—No lo sé. Esta mañana he ido a tomar un café a un bar. Un hombre ha entrado y ha hablado un poco conmigo. Un hombre simpático, quizás un poco raro. Luego me ha pagado el café y se ha ido...
Laura se lleva las manos a la cabeza.
—¡La cartera! ¿Cómo no me he acordado hasta ahora?
—¿Qué cartera? —pregunta Ana.
—La cartera del hombre del bar, del hombre que me habló, una cartera de mano. La tengo en el bolso.
—¿Una cartera?
—Sí, el hombre se olvidó de su cartera. Yo la cogí para dársela, pero pasó todo aquello y...
—Ya sé... «Ésos» buscan la cartera.
—Sí, seguro.
Laura se queda un momento en silencio.
—Oye, ¿sabes dónde está la catedral?
—No.
—Ya... Mira, coges la primera calle a la derecha. Al final de ella hay dos calles. Coges la calle de la izquierda y llegas a una plaza grande. Allí está la catedral.
—A ver, la primera a la derecha y al final cojo la calle de la izquierda. Así que está cerca.
—Bien, empieza a andar despacio y espérame dentro de la catedral. Yo voy a intentar perder a esos dos de vista. Luego te veo allí y miramos la cartera. ¿De acuerdo?
—Sí, claro que sí —contesta Ana.
V
La catedral está bastante oscura. Llega Laura, cansada pero sola por fin. Busca a Ana entre la gente que está visitando la catedral. La encuentra delante de una Virgen.
—He estado muy pocas veces en una iglesia. ¡Mira qué vírgenes tan bonitas! —dice Ana—. Y aquella de allí... ¿la ves? Parece que me está mirando.
—Sí, Ana, pero a mí no me gustan las iglesias...
—A mí tampoco, pero esa mujer, la Virgen...
—Mira, Ana. Creo que ahora no me han seguido. Vamos a sentarnos.
Laura saca la cartera de su bolso. Dentro hay varias cosas: unas llaves, una foto, un trozo de papel... Hay poca luz y no pueden ver bien la foto ni leer el papel.
Ana enciende una cerilla. Miran la foto. En ella hay tres hombres y una mujer. Laura cree reconocer al hombre del bar, el hombre de la chaqueta negra. En el papel hay algo escrito. Laura empieza a leer.
—Las murallas son las paredes de mi casa. La casa es la mitad de mi tesoro. XX...y 2. Las perlas también. ¡Las perlas!... Ese hombre me ha hablado de unas perlas...
—¿Y esto, qué es? —pregunta Ana, que ve un dibujo en el papel—. Aquí hay un bar en una playa.
—¿Perlas? —pregunta Ana.
—Sí, perlas ensangrentadas... ¿Sabes Ana? Creo que este papel es un mensaje.
—¿Y esto, qué es? —pregunta Ana, que ve un pequeño dibujo en el papel—. Aquí hay un bar en una playa. ¡Huy! ¡Mi dedo!
Ana apaga la cerilla y se levanta.
—Vamos fuera. Allí hay más luz.
Salen de la catedral y se sientan en un banco.
—Bueno, vamos a ver —dice Laura—. Un bar en la playa...
—Hay olas en el mar.
—¡Ya lo tengo! ¡Ana, me parece que lo he entendido!
Bar, cielo, ola.
—¿Y...?
—En catalánbar es «bar», cielo es «cel» y ola es «ona». Esto es: Bar-cel-ona = Barcelona. Y las murallas, las murallas de Barcelona, en la calle Portaferrisa. Hay un tesoro en la calle Portaferrisa, unas perlas, quizás...
—¿Tú crees, Laura?
—No sé, pero podemos ir allí. A lo mejor encontramos algo... está cerca.
—De acuerdo, vamos entonces.
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