Un día en que me encontraba sola, ordenando mi casa, después de limpiar sala y comedor en previsión de que llegara alguien a verme, me dirigí a mi dormitorio a ordenar someramente la habitación que por ser de adultos, no necesitaba mucho arreglo y al fin me dirigí al dormitorio de mi hija Macarena, desganada y remolona, al pensar en el desorden que allí reinaría debido a que ella y su hermanita Solange, tenían una gran cantidad de muñecas, peluches, artefactos y muebles de juguete, triciclos y carritos. Como lo sospechaba, la habitación de las niñas era un verdadero caos, como cada día, así que me di a la ingrata y agotadora tarea de colocar cada cosa en su lugar, que para eso había en la habitación: armario, anaqueles y hasta una hamaca para peluches tan en boga hoy en día. Arreglando los juguetes, de pronto me invadió el cansancio y el sueño acudió a mi, haciendo más pesados mis párpados; por lo que me recosté en la cama de las niña y me dormí. Apenas acababa de cerrar los ojos y arrebujarme perezosa cuando escuché que alguien me llamaba: “Chis, chis”; aturdida abrí los ojos y ví a una linda señorita que me resultó ligeramente conocida y que me dió la mano para ayudarme a ponerme de pié. La joven en cuestión era alta, muy delgadita, bellísima con una perfección increíble. Al preguntarle su nombre me respondió que se llamaba Barbie y que era una de las muñecas de Macarena y ahí me di cuenta porque me había resultado conocida a pasar de su tamaño, ya que era mucho más alta que yo. No tuve mucho tiempo para sorprenderme porque en seguida me sorprendió el lugar en que me encontraba: era un vasto salón, que semejaba un tribunal, completamente lleno de gente, donde se iba a realizar un juicio. Al fijarme mejor, con mayor detenimiento, descubrí que lo que yo había tomado por gente, eran los muñecos y juguetes de Macarena pero en tamaño natural, muchos de ellos más grandes que una persona como el caso de los osos, perros, tigres y demás animales que lograron intimidarme. Al verme rodeada de tantos seres diferentes a mí y sin saber que deseaban, sentí una corriente que atravesaba mi cuerpo, que luego identifiqué como miedo. En eso escuché la voz del oso Puh que anunciaba la llegada de la Jueza, y con infinito asombro ví aparecer a la muñeca Nenuco, con su toga y birrete y un mazo en la mano, dispuesta a presidir la reunión. Pero los muñecos, ¿A quién iban a juzgar?. Pronto tuve la respuesta cuando Barbie me invitó a sentarme en el banquillo de los acusados. A medida que se desarrollaba el juicio, me fui fijando en los juguetes a los que nunca había prestado atención, y pude darme cuenta que todos estaban deteriorados por el descuido y sucios por pasar más tiempo en el suelo que en otro lugar. Al escuchar las doloridas y molestas palabras de los juguetes, comprendí que ellos tenían razón; y me acusaban a mí, porque para ellos , yo era responsable, al no saber educar a mis hijas y enseñarles a cuidar de sus cosas, para que siempre estén en buen estado y funcionando. El juicio duró un buen rato y a pesar de que algunos juguetes ejercieron mi defensa, al final, todo el jurado, compuesto en su mayoría, por muñecas rotas, desnudas, sucias y despeinadas y por peluches sin ojos y faltándoles alguno de los miembros; me declararon culpable y yo, encogida y medrosa, me dispuse a escuchar mi sentencia. Nenuco declaró, muy fuerte, que mi expiación consistiría en asear y luego arreglar todos los juguetes; pero, sobre todo, educar a mis dos niñas para que en el futuro, respeten y amen a sus juguetes y los mantengan ordenados, limpios y funcionando. Unas fuertes sacudidas me volvieron a la realidad y vi la cara sonriente de mi esposo que en broma me retaba por haberme quedado dormida y no tener listo el almuerzo. Al abrir y cerrar los ojos varias veces y convencerme que me encontraba en la habitación de Macarena, me sentí más tranquila; pero muchas veces me pregunto si fue sueño o realidad. Por si acaso, ahora mis niñas, antes de irse a dormir, ordenan todas sus cosas y yo misma, no puedo ver un juguete en el suelo que inmediatamente lo recojo pues en sus ojos quiero ver, serenidad y cariño, antes que odio. |