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LEJOS DE CASA
发布时间:2008-07-29 12:00:00  阅读次数:      

Todo empezó el miércoles 12 de mayo. Tres días antes de San Isidro, la fiesta mayor de Madrid. Una fiesta que dura una semana y media, más o menos, con baile y espectáculos todas las noches. Miles de madrileños están por la calle hasta muy tarde, y hay gente y ruido por todas partes pero especialmente en el centro. Y yo vivo en el centro. Además, a mí, las fiestas populares no me gustan. Por eso, ese año había decidido irme unos días de vacaciones. Ese miércoles 12 de mayo, estaba a punto de irme. Pensaba pasar toda la semana en Menorca. En mayo es una buena época: pocos turistas y, seguramente, bastante buen tiempo. Quería tomar el sol y no hacer nada en absoluto. Sólo descansar. Descansar y leer un par de buenas novelas. Pero no pudo ser. En la agencia de detectives no tenemos mucho trabajo normalmente. Pero, siempre que quiero irme de vacaciones, las cosas se complican. Ese miércoles 12 de mayo, un día antes de irme a Menorca, sonó el teléfono.
2
Oí que Margarita, la secretaria, cogía el teléfono. Nuestra oficina es tan pequeña que se oye todo.
-Sí, sí, un momento, por favor. Le paso.
«¡Qué raro! No era Tony, el novio de Margarita», pensé yo. La llama todos los días, tres o cuatro veces.
-Lola, una llamada para ti -dijo Margarita-. Una tal María José Pancho... O algo así.
-¿Lola? -era una voz de mujer.
-Sí, dígame.
-Mira, no sé si te acuerdas de mí... Me llamo María José Sancho. Nos conocimos en una cena, en casa de Alberto Sanjuán...
-Ah..., sí..., sí. Creo que sí... -dije-. Pero no era verdad: no recordaba a ninguna María José Sancho. Tengo bastante mala memoria para los nombres.
-Tenemos un problema y quería hablar contigo.
-¿Es urgente?
-Sí, muy, muy urgente.
«Adiós a mis vacaciones en Menorca: seguro que era un nuevo caso para la agencia».
-¿Quieres venir a verme hoy mismo? -pregunté sin muchas ganas.
-Sí, ahora mismo, si puede ser.
-De acuerdo. ¿Tienes la dirección?
-Sí, Alberto me la ha dado: Alcalá, 38, ¿no?
-Exacto.
-No estoy muy lejos. Llego en unos veinte minutos.
-De acuerdo, hasta ahora.
Parecía realmente muy urgente, más urgente que mis ganas de salir de Madrid y de tomar el sol.
3
María José Sancho era una mujer de unos cuarenta y pico años. Alta, con el pelo gris, y mucha personalidad. Entonces la reconocí.
Entró en mi oficina, con una expresión preocupada, y me dijo.
-Mira, voy a ir directa al grano.
-Adelante.
«Me gusta la gente que va directa al grano», pensé yo, y empezó a explicármelo todo.
-Colaboro con la Asociación de Vecinos de Peñalbina. Es un barrio obrero, ¿sabes?, cerca del parque de San Isidro. En la Asociación tenemos una sección de ayuda a los trabajadores extranjeros. Ahora hay muchos inmigrantes: africanos, sudamericanos, polacos... Tienen muchos problemas, como puedes imaginar: problemas de vivienda, de trabajo... Algunos voluntarios dan clases de español, los ayudamos con la burocracia, y todo eso. Uno de los chicos extranjeros, ahora... Bueno, resumiendo, lo busca la Policía y nosotros queremos ayudarlo. Estamos completamente seguros de que no ha hecho nada. Por eso necesitamos un detective privado.
-¿Qué ha pasado exactamente?
-Humberto Salazar, se llama el chico. Es colombiano. El domingo Humberto fue a ver un partido de fútbol. Allí, en nuestro barrio. A la salida tuvo una discusión con unos «cabezas rapadas», del barrio también. Todo el mundo los conoce. Son muy violentos. La verdad es que no sé cómo empezó todo. Sólo sé que discutieron, se insultaron... Lo típico.
-¿Y por eso lo busca la Policía? -pregunté yo.
-No, no, qué va. Es mucho más grave. Al día siguiente, en el parque de San Isidro encontraron inconsciente a uno de los «cabezas rapadas», un tal Antonio Sánchez. «El Tigre», lo llaman. Es el líder. Ahora está en el hospital, en el 12 de Octubre.
-¿Está grave? -pregunté yo.
-Gravísimo. Está en coma. Le dieron un golpe en la cabeza. Sus amigos dicen que fue Humberto. Y Humberto está muerto de miedo, supongo. Y por eso se ha ido.
-¿Y no sabéis dónde está?
-No, ni idea. Se ha escondido. Ha desaparecido. Humberto es un chico muy tranquilo, muy buena persona. Él no ha sido. Nosotros estamos seguros. Es incapaz de matar una mosca.
-Buf... Qué complicado... -murmuré yo-. ¿Y la Policía qué dice?
-Ya sabes cómo son... No les gustan los extranjeros.
Además, ahora, con los colombianos son especialmente duros.
Miré a María José y le pregunté:
-Eres profesora, ¿ verdad?
-Sí, ¿se nota mucho? -contestó ella sonriendo.
-Un poquito.
-Es que tú eres detective -bromeó ella.
4
María José y yo comimos un bocadillo en el bar de la esquina y seguimos hablando un poco. Hablamos de los problemas del barrio, del racismo, de su trabajo... Luego, fuimos a la Asociación de Vecinos. Allí conocí a Elías, a Félix y a Mohamed.
Elías tenía casi setenta años, era gordo, tranquilo, y hablaba muy despacio. Era un viejo republicano que, después de la guerra, vivió unos años en Francia. Él mismo, cuando era joven, fue emigrante, como muchos españoles.
Elías era muy amigo de Humberto, el chico colombiano.
-Me gusta trabajar con extranjeros, con inmigrantes. Sé lo que es vivir lejos de casa, estar solo por ahí -me explicó. También conocí allí a Félix, el profesor de español. Era estudiante de Filología, en la Universidad, pero no sabía muy bien cómo dar las clases de lengua.
-Es muy difícil... ¿sabes? Te preguntan cosas sobre las que no has pensado nunca. Por ejemplo, ¿por qué se dice «estoy contento» y no «soy contento»? A ver... ¿por qué? Pero es muy interesante... Me gusta -me contó Félix.
Pensé que yo tampoco sabía por qué se dice «estoy contento» y no «soy contento».
Mohamed era uno de los extranjeros de la Asociación. Nos miraba concentrado para poder seguir nuestra conversación.
-El español... muy difícil -dijo Mohamed-. Pero Félix... muy buen profesor.
Félix sonrió contento. Los tres, Elías, Félix y Mohamed, conocían bien a Humberto. Estaban, como María José, muy preocupados.
-¿Y vosotros dónde creéis que está ahora?
-No lo sabemos. Hemos preguntado a todos sus amigos, a los otros colombianos que vienen por aquí... -explicó Elías-. Nadie sabe nada, nadie lo ha visto.
-Laura sabe algo, creo -dijo Mohamed.
-¿Laura? -pregunté yo-. ¿Quién es Laura?
-Es una chica del barrio, española -explicó Félix-.Últimamente salían juntos. A mí no me ha querido decir nada. Pero quizá a ti, Lola...
-¿Dónde puedo encontrarla? -pregunté yo.
-A estas horas, normalmente, va a tomar algo a Mateo's, un pub que está aquí al lado -comentó Elías.
-Huy, me voy. Tengo clase con los polacos... -dijo Félix-. Y les tengo que explicar el pretérito indefinido.
-¿Y eso qué es? -preguntó Elías.
-«Anduve, anduviste, anduvo...», del verbo andar, por ejemplo.
-¿Y para qué sirve?
-Eso es lo que tengo que explicar: para qué sirve.
-jQué raro! Anduve, anduviste... Yo nunca digo eso... -dijo Elías.
Yo salí, quería tomar algo en Mateo's y encontrar a Laura.
5
Un camarero me dijo quién era Laura. Estaba allí, sentada sola en la barra del bar. Era un chica de unos dieciocho años, morena, bajita, con unos ojos muy grandes. Llevaba una cazadora de cuero, unos pantalones vaqueros y los labios pintados de rojo. Parecía muy tímida. Me acerqué a ella y le dije:
-Mira, tengo esto para Humberto -y le di una nota que acababa de escribir.
Laura me miró con miedo.
-No..., no soy de la Policía. Tranquila. Sólo quiero ayudarlo -le expliqué.
Ella guardó la nota. O sea, que sí sabía dónde estaba Humberto.
La nota decía:
Laura me sonrió con tristeza. Lo estaba pasando mal. Me explicó que sus padres no querían saber nada de Humberto.
-No quieren que yo salga con un extranjero -me dijo-. Y ahora con este lío... Ayúdalo, por favor. Si lo detiene la Policía...
-Tranquila. Todo se solucionará.
6
Eran ya las siete de la tarde. Estaba muy cansada y me fui a casa. Fue difícil llegar a la plaza de la Paja, donde yo vivo. Había mucha gente. Por suerte, yo iba en moto. Muchos madrileños llevaban trajes típicos. Algunos «chulapos» y «chulapas» iban paseando hacia las Vistillas. Las terrazas de los bares estaban llenísimas y se oía música: había un concurso de chotis. Hacía una noche muy agradable, pero yo estaba demasiado cansada para salir por ahí. En el portal de mi casa encontré a Carmela, mi vecina y amiga. Llevaba un mantón de Manila precioso, negro, con pájaros y flores de todos los colores.
-¡Qué guapa estás Carmela! ¿De dónde has sacado ese mantón? Es maravilloso...
-Me lo regaló un admirador. Hace ya muchos años... Carmela, de joven, trabajó en el teatro. Ahora tiene unos sesenta años. Es una muy buena amiga mía y... una gran cocinera. Cuando me siento muy cansada o muy sola, voy a casa de Carmela.
-¿Ibas a salir? -le pregunté yo.
-Sí, pero no importa. Iba a dar una vuelta. ¿Has cenado? ¿Te apetece un poquito de cocido madrileño? Pareces cansada...
-Mmm... ¡Cocido! -no pude decir nada más.
Entré en casa de Carmela y me comí, casi sin decir nada, dos platos de cocido. Luego le expliqué el caso de Humberto y por qué no estaba yo en Menorca.
-Y ahora, para animarnos un poco, nos vamos a bailar un rato a las Vistillas. ¿Qué te parece? -dijo al final Carmela.
-Huy, Carmela... Es que estoy muerta..., ¿sabes?
Pero no pude decir que no: Carmela y yo nos fuimos de fiesta mayor.
7
El jueves, muy temprano, llamé a mis socios. Teníamos una reunión, en la oficina, a las nueve. Ellos llegan muchas veces tarde.
Allí me esperaban algunas sorpresas. La primera sorpresa fue Paco. Paco es uno de mis socios. Es gordito, un poco calvo pero es un verdadero donjuán. Aquel día entró en la oficina vestido de «chulo» madrileño.
-Dios mío... ¿Pero adónde vas así...? -le pregunté yo muerta de risa.
-Es una larga historia -dijo él.
-¿Cómo se llama «ella»...? -pregunté yo.

 
 

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